Este 28 de abril tenemos elecciones, y por partida doble. La importancia de estas elecciones es especial por varios motivos: por ser a las Cortes Generales y a las Autonómicas, por la incertidumbre sobre su resultado, también por partida doble, y, por último, por la delicada situación económica en que se producen. Hablemos un poco sobre esto último.
Es a todas luces evidente que estamos en unos momentos de desaceleración económica. Ahora podemos emplear esa expresión con propiedad, y no como se hizo en las elecciones de 2008 cuando todos barruntábamos que la pretendida desaceleración era realmente una crisis dura y profunda (aunque en honor a la verdad pocos vieron lo profunda y duradera que iba a ser). Por tanto hablamos de desaceleración y no de recesión o crisis. Nuestra economía sigue creciendo y creando empleo, como muestran los recientes datos de marzo.
Llevamos cinco años de crecimiento y, a diferencia de otros ciclos alcistas, no hay tensiones inflacionistas ni desequilibrio de nuestra balanza de pagos con el exterior. Además hemos crecido sin endeudarnos, al contrario, las empresas y las familias han reducido su endeudamiento en más de medio billón de euros desde la crisis. Por tanto estamos experimentado, casi por primera vez, un crecimiento que podríamos llamar “sostenible”, ahora que gusta tanto esa palabra, y sin grandes desequilibrios.
Pero la situación es delicada porque, a la evidencia de desaceleración económica, se suman factores externos e internos que pueden afectarnos en el corto plazo. Nuestra economía es muy abierta, y precisamente nuestro esfuerzo en el exterior ha contribuido en buena parte al crecimiento de los últimos año. Ahora la desaceleración general, sobre todo en la UE que es nuestro principal cliente, la incertidumbre sobre la guerra comercial, y el avance de destinos turísticos competidores, pueden afectar a nuestra economía de forma evidente.
El retraso del Banco Central Europeo en enfrentarse a la crisis le ha impedido la normalización de tipos y la vuelta a la ortodoxia monetaria, lo que le deja sin margen de maniobra para actuar si Europa entrara en recesión.
Por otra parte, el excesivo endeudamiento de nuestras Administraciones Públicas, el desequilibrio de las cuentas públicas aún en años de bonanza, la fuerte presión fiscal y, sobre todo, el importante desempleo todavía existente, nos limitan las posibilidades de actuación si las cosas se tuercen.
¿Y en nuestra Comunidad Valenciana? Pues aquí nuestra economía ha avanzado en línea con el resto de España, o incluso algo mejor, pero este avance no nos ha permitido corregir todos los déficits que presenta nuestra economía.
Nuestra renta per cápita, que estaba en la media en 2000, es ahora de un 88,4 % de la española. Crecimos menos durante el boom inmobiliario, perdimos más durante la crisis y con la recuperación de estos años solamente hemos podido corregir 1,5 puntos porcentuales de la diferencia acumulada.
La productividad del trabajo y nuestros salarios son inferiores a la media. Concentramos mucho trabajo en hostelería o construcción, y poca inversión en I+D o intangibles.
Además, y ya parece que sea una especie de maldición bíblica, sufrimos desde hace muchos años una infradotación de inversiones públicas y, en general, de recursos públicos. Pagamos impuestos como todos los españoles (o más que en otras regiones) y obtenemos un menor retorno de nuestras administraciones. El Ivie estima en una pérdida del 3 % de nuestro PIB o de 47.877 empleos los efectos de nuestra infrafinanciación.
Así las cosas necesitamos urgentemente revertir la situación injusta de la Comunidad, revertir, es decir, pasar a la situación inversa para que podamos corregir el déficit acumulado, pero también tenemos que asumir con valentía, y también con prudencia, los retos que tenemos por delante. Tenemos que seguir mejorando nuestra productividad pero no a base de salarios bajos, sino de inversiones en infraestructuras básicas, como el Corredor Mediterráneo a título de ejemplo, y de inversiones en potenciar nuestra industria y la digitalización de la economía. Es preciso mejorar la educación, adaptar la formación profesional a las demandas de las empresas, y potenciar las carreras técnicas, especialmente entre las mujeres, infrarrepresentadas en este ámbito.
Tenemos que potenciar nuestro atractivo para el turismo de calidad durante todo el año, evitando caer en la masificación low cost; afrontar valientemente y sin demagogias el futuro de las pensiones, dar seguridad jurídica y facilidades a los nuevos emprendedores y negocios.
Muchos e importantes retos tiene el futuro Gobierno por delante, ahora el nuestro es saber elegir lo mejor para nuestro futuro.